Reseña de Sandro Ollaza Pallero para el libro «Siete Ángeles. Jesuitas en las reducciones y colegios de la antigua provincia del Paraguay»

Carlos A. Page da a conocer en esta investigación, una extensa documentación de valor sobre siete jesuitas que actuaron en las reducciones y colegios de la provincia del Paraguay, de la que se desprende en palabras del autor que “no son precisamente hombres reconocidos por la erudita y extensa historiografía, sino que la compilación se apoya en una apuesta a quienes desde diversos lugares de trabajo contribuyeron a la construcción de un mundo mejor […] Pero también en la valoración del otro en cuanto a una alternativa de respeto y que no dudamos tuvo como objetivo y resultado final la conservación de las culturas originarias” (p. 9).

Como lo advierte Page en la introducción, que precede al volumen: “El género biográfico fue cultivado desde la Antigüedad diferenciado de la historia […] Pero así como se fueron reescribiendo biografías de innumerables personajes, también el género se fortaleció trayendo incontables personajes del anonimato y del contexto en que les tocó vivir, que lo contiene y le da significado” (p. 11).

La historiografía jesuita es inmensa, desde memoriales, relaciones y tratados, breves noticias, cartas e informes anuales, donde se destacaban las noticias necrológicas de las Cartas Anuas, fuente inagotable de los antiguos y modernos historiadores. Sin embargo, “es necesario señalar el tránsito literario –expresa Page- que hubo del Barroco a la Ilustración. Diferencias que son muy obvias entre Francisco Jarque (1607-1691) y José Manuel Peramás (1732-1793), ubicados no sólo en ambos extremos temporales, sino en contextos diferentes” (p. 19).

Entre los repositorios consultados se pueden apreciar: Archivo General de la Nación Argentina, Archivo de la Provincia Jesuítica de Chile, Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (Argentina), Archivo Histórico Nacional de España y Biblioteca Nacional de Brasil. La bibliografía es muy extensa y entre los autores citados se destacan: Alonso Andrade, Antonio Astraín, Francisco de Borja Medina, Cayetano Bruno, Zenón Bustos, Pablo Cabrera, Martin Dobrizhoffer, Guillermo Furlong, Pedro Grenón, Roberto Levillier, Ernesto J. A. Maeder, Juan Eusebio Nieremberg, Florián Paucke, José Manuel Peramás, Hugo Storni, José Torre Revello y Antonio Zinny (pp. 233-250).

Junto a una introducción donde se grafica el género biográfico de los jesuitas, en siete capítulos, trazados con desenvoltura, Page presenta la trayectoria –plena de prestigio y acrisolados méritos- de los sacerdotes de la Compañía de Jesús y a través de los cuales, brinda al lector un panorama veraz sobre su labor en la Provincia del Paraguay.

En Santiago Herrero. Vida, martirio y muerte de un joven jesuita (pp.41-71), Page compara a este religioso con los seguidores de Cristo que fueron crucificados o arrojados a los leones. El padre Herrero nació en Rubí de Bracamonte el 25 de julio de 1717 y bautizado Santiago en homenaje al apóstol Santiago el Mayor. Fue martirizado en febrero de 1747 y no se hallaron registros oficiales de su fallecimiento. Sin embargo, los historiadores de la antigua Compañía de Jesús como Charlevoix, Dobrizhoffer, Paucke y Cardiel han mencionado en sus obras la muerte del sacerdote vallisoletano. El autor aporta un apéndice que contiene a todos los jesuitas mártires de la provincia del Paraguay entre 1612 y 1811 con nombre, edad, lugar del fallecimiento y años vividos en la región.

Joaquín Gazolas. Primer Rector del Convictorio de Nuestra Señora de Montserrat. Orígenes y primeros tiempos de la institución (pp. 73-97), es uno de los personajes más interesantes de esta publicación. Con minuciosidad de investigador, Page explica que distintos jesuitas fueron autores de biografías sobre miembros de su orden como José Manuel Peramás, Nicolás del Techo, Ladislao Orosz, Francisco Jarque y otros “pero ninguno de ellos se detuvo en la figura del P. Joaquín Gazolas a pesar que su nombre se inscribe en el obituario correspondiente” (p. 87). Gazolas muere en 1698 y era originario de Cizur en Pamplona. Como Rector del Convictorio de Nuestra Señora de Montserrat mantuvo la cátedra de Prima o Teología donde se destacó en la enseñanza de sus discípulos, y a la crianza de los nuevos colegiales, fundándolos tan bien en sus principios, que más parecían novicios de la Compañía que colegiales seculares.

En Francisco Lucas Cavallero. Su primera experiencia misional entre los indios pampas (pp. 99-118) se desarrolla la vida de este jesuita nacido el 17 de octubre de 1661 en Villamuera de la Ceza y martirizado el 18 de septiembre de 1711. Como bien indica Page fueron “la única alternativa, no solo de salvación espiritual sino también la de mejorar aquella vida, respetando su propia cultura”. Sin embargo los indígenas no siempre comprendieron esto “y los desenlaces alcanzaron los grados más altos de dramatismo como en el caso de Ignacio y Lucas, cuyo encuentro fue un tiempo que anunció el preludio de la extinción de las culturas pampeanas, aunque intentaron evitarlo” (p. 118).

Antonio Ripari. De Génova a San Pablo (pp. 119-139) es una biografía interesante de un jesuita compañero de martirio del padre Osorio y el hermano Alarcón. Se aporta un texto inédito que se refiere al viaje de Ripari y sus compañeros y que el autor halló en el Archivo Romano de la Compañía de Jesús. “La historiografía de viajeros –afirma Page- es abundante, no tanto los textos referidos al viaje intercontinental por mar, y menos aún que de ellos se refieran los jesuitas de esta época. Pero es fundamental analizar dicha etapa dentro de la vida de los ignacianos que vinieron a América, pues comenzaba a partir de este viaje una de las historias más ejemplificadoras de la Humanidad” (p. 139).

En Martín López. Los estancieros y el recuerdo a un hermano coadjutor (pp. 141-166) se estudia al padre López, quien formó y administró la estancia de San Ignacio en Córdoba. Sobre este establecimiento se puede afirmar que tenía por objetivo solventar los gastos de la práctica de los Ejercicios Espirituales en la Provincia. “La biografía del P. López –destaca Page- fue escrita un año después de su muerte, es decir en 1737, como lo confiesa su biógrafo al comenzar el texto, quizás un poco desorganizado en su cronología pero indudablemente ilustrativo en sus claras expresiones” (p. 161).

Pedro de Espinosa. Vida, martirio y un aporte a la arquitectura jesuítico-guaraní (pp. 167-198) fue un sacerdote dedicado a la construcción de iglesias. Y como dice el autor: “Ya no era solo el misionero que construía los edificios en su reducción, sino que éste comenzó a intervenir en todas las construcciones que pudo, seguramente luego de una decisión del superior de señalar un jesuita para esta función. Por tanto consideramos que fue la figura que estuvo entre los idóneos y los artífices, y quien como veremos luego en detalle, introdujo el sistema de par y nudillo” (p. 176). Antes de cumplir los 18 años, el 9 de junio de 1614, Pedro de Espinosa ingresó en la Compañía de Jesús de la provincia de Andalucía. Sobre su muerte a manos de los indígenas hay divergencias, algunos autores como Storni la datan el 3 de julio de 1634 y otros en 1637. Page por su parte expresa al respecto basándose en una Anua que fue en 1636: “Pues el sudor de la Virgen aconteció el 9 de mayo de 1636, y tanto Jarque como Montoya y Andrade, relacionan la muerte del P. Espinosa con el sudor de la Virgen”.

En Lauro Núñez. Los conflictos con las construcciones arquitectónicas de sus períodos de gobierno (pp. 199-232) se trata la vida del jesuita Lauro Núñez, dentro del período de 1680 y 1720, donde se produjo una consolidación de la estructura edilicia de la Provincia del Paraguay. Núñez sobresalió por su apoyo a la construcción de importantes obras, que en no pocas ocasiones tuvo oposición por parte del general del Instituto. Page afirma que sobre el padre Lauro Núñez se ha escrito poco “a pesar de haber llevado una intensa actividad docente y administrativa desarrollada fundamentalmente como profesor y rector de la universidad de Córdoba, y como provincial del Paraguay en dos oportunidades” (pp. 203-204).

La obra que se comenta deja traslucir en su autor un prolijo manejo de las fuentes y bibliografía, que surge de la experiencia de haber publicado muchos libros y artículos y de su prolongada trayectoria como investigador. En fin, se trata de un libro bienvenido, en especial en estos tiempos de globalización sin barreras, donde cada vez resulta más importante para buscar el camino, el conocimiento histórico que, al decir de Vicente D. Sierra: “Cuando decimos que América comienza en los Pirineos no hacemos geografía, sino historia. Podríamos decir que España comienza en América, y sería lo mismo. El juicio histórico no es un simple orden de conocimientos; es el conocimiento mismo”.

 

Sandro Olaza Pallero

Universidad de Buenos Aires

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